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Si al recorrer como forasteros las antiguas callejas de Socuéllamos, o de Tomelloso, observamos que detrás de cualquier reja, de una pared encalada, se encuentra acodada una muchacha. Rubia, o morena; de ojos negros o azulados, se nos antojará siempre Aldonza. Y, al encontrar su mirada discreta y cortés, comprenderemos mejor a Don Quijote, y la razón de su aparente sinrazón, cuando decide dar a su vecina labradora el título de señora de sus pensamientos. No precisa Don Quijote recurrir a princesas lejanas, como había leído que solían hacer los héroes de tantas maravillosas historias; ni a dama extranjera alguna, de reconocida u oficial belleza. Fue fácil para él descubrir a su señora en un pequeño pueblo vecino -El Toboso-, y en una muchacha cuya mirada habría conocido, seguramente, a través de una ventana enrejada, de alguna humilde casa de adobes y convertirla en "la dulce enemiga de su reposo".

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Esto nos trae a la memoria aquella ,sencilla letra de la popular copla manchega:

"Ventanas a la calle
son peligrosas,
para las madres que tienen
hijas hermosas"

 

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