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No siendo el propósito de estas líneas ofrecer una lista de todas las personalidades ilustres que la Mancha ha dado a España, porque el glosario se saldría de sus modestos límites, retrocedamos en lo que hubiera sido nuestra ambición, y vayamos al encuentro de un personaje más al alcance de quien estas líneas escribe.

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El asno. Ese animal, unas veces de carga, otras de tiro, llamado vulgarmente "burro", que constituye un elemento plástico -y sentimental- inevitable, de los pueblos y campos manchegos. La montura de Sancho no podía ser otra que aquella paciente acémila, compañera inseparable del gordinflón escudero. "¿Cómo has estado, bien mío, rucio de mis ojos, compañero mío?" -exclamaba Sancho, al recuperarle del bribón Pasamonte, mientras le besaba y abrazaba. y Cervantes, haciendo gala de su sentido del humor, y atribuyendo al noble bruto la posibilidad de hablar, añade: "el asno se dejaba besar y acariciar de Sancho, sin responderle palabra alguna".

A la par que el asno, se hallaban presentes en la Mancha todas las variantes de ganado caballar y mular. Desde las yeguas -que Cervantes nos describe en el simpático episodio de los Yangüeses -, hasta las mulas, resultantes de la fecundación de aquellas por los asnos. Y no digamos de los puercos, gallinas, ocas, y demás animales domésticos -todos ellos mencionados en un punto u otro de la Obra- que, bien cuidados y alimentados, aseguraban continuado sustento para la grey familiar, cualquiera que fuera su fortuna. El corral y el huerto -y, a veces, el pequeño rebaño- bastaban para cubrir las necesidades de un hogar, incluidos algunos lujos como los requesones, los hojaldres, las tortas y la miel, que se extraía de los panales situados, por razones obvias, en las partes más alejadas del huerto o del corral.

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Aunque los antiguos y espesos bosques de pinos, encinas y alcornoques habían, en parte, desaparecido empezando a dejar paso al campo pobre y al matorral, gran variedad de especies de la fauna ibérica seguían albergándose en la región; y era el modesto conejo -la especie más prolífica - la presa básica en que se sustentaba la pirámide zoológica de la Mancha. La epidemia de la mixomatosis todavía no había hecho acto de presencia, y el simpático roedor -que en España era animal autóctono, y no introducido -como en otros países europeos-, poblaba abundantemente estas tierras.

Ciervos, corzos y cabras brincaban por los riscos. En lo alto de las serranías, el oso ibérico tenía sentados sus dominios (España era país de osos), y los ríos le brindaban abundantes truchas para su alimento. En el cielo, Ios gavilanes y los azores, al igual que los halcones y las aguilas perdiceras, elegían las piezas más apetecibles. Tan solo el canto de la perdiz, o el de las cigarras, quebraba el silencio de los campos.

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